Hemos visto algunos de los más importantes sentidos en que se ha entendido la verdad a lo largo del tiempo. Ahora bien ¿cómo podemos saber que lo que pensamos y decimos es verdad? ¿En qué debemos basarnos para poder distinguir lo que es verdadero de lo falso?
Para ello, necesitamos un criterio, es decir, juzgar, discernir entre lo verdadero y lo falso, lo que parece verdadero pero no lo es, lo que es una mera opinión personal de lo que es una certeza universal.
El problema es el siguiente: ¿existe un único criterio infalible para estar seguros de la certeza de nuestro conocimiento? Filosóficamente hablando, no.
Para las ciencias formales, como hemos visto no hay problema: basta con que exista coherencia entre las proposiciones y no entrar en contradicción con otras verdades ya demostradas. Pero en el caso del saber sobre la realidad – que como sabemos es algo contingente y cambiante – no hay criterios únicos y absolutos. Por este motivo, cada ciencia empírica debe adoptar diferentes criterios de verdad.
Veamos algunos criterios en los que el ser humano ha basado su seguridad en sus creencias, si bien solo los dos últimos atañen a las proposiciones científicas:
- El tiempo. Lo que se acepta por tradición.
- La autoridad. Se acepta como verdadera la palabra de quien se considera un sabio en la materia o líder de una comunidad.
- El sentimiento de certeza psicológica o moral. Este criterio se basa en una convicción interna, subjetiva, y en la fidelidad a nosotros mismos.
- La evidencia. Es el criterio de verdad por excelencia. Consideramos que una cosa es evidente cuando se muestra de forma directa o inmediata ante un individuo, tan clara que consideramos que no podemos dudar de ella y que no necesita ser demostrada.
- La intersubjetividad y el diálogo. Algo no puede ser nunca considerado como objetivamente verdadero si solo es afirmado por una persona una única colectividad. Por el contrario, debe ser compartido por muchos individuos, convirtiéndose en una verdad intersubjetiva, aceptada por encima de las fronteras, las culturas o las ideologías mediante el diálogo.
En conclusión, no hay ningún criterio de verdad absoluto, depende del contexto, de la ciencia, de los medios para obtenerla, etc., en que nos movemos, pero ello no impide que la búsqueda de la verdad evidente siga siendo uno de los ideales más propiamente filosóficos, científicos y de cualquier ser humano.